Sobrevuelo el manto de nubes con el sol poniente aguantándome la mirada. El avión hace un giro suave y un haz de luz anaranjado empapa los asientos y sus ocupantes, desde la cabina hasta la cola. Nadie aparta la vista del horizonte ambiguo. Mi libro brilla ahora con luz propia y los poemas que leo me susurran recuerdos ajenos. Se respira serenidad y una niña sonríe apoyada en la ventana. Al atravesar el mar de nubes, la lluvia irlandesa me recibe de nuevo, recordándome que no me despedí de ella hará ya cosa de un año. El avión empieza a moverse como siempre y yo, para no variar, me planteo la vieja idea de que esta vez sí. A mi izquierda, una rusa se santigua mientras su marido se ríe de su miedo y de su fe, palabras casi sinónimas en según qué casos. Es en momentos como este, en los que la muerte me recuerda que existe, cuando suelo quedarme sin palabras, algo que
En pocas palabras y con una fuerza vertiginosa consigues plasmar letras que hacen posible que una sienta e imaginé lo que deseas trasmitir, de la misma forma en la que tu mente lo saborea y lo disfruta.
Este es uno de los principales motivos por los que más disfruto leyéndote.
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