Nuestro agónico silencio.
Me desespera cuando callas porque sé que estás presente
y con tu silencio me das la razón
y te quitas de encima el tiempo
que pasamos juntos
y suspensivos,
entre un no me dejes sola
y adiós.
Mi voz ya no tiene creyentes que escuchen sus incoherencias.
Tu fe ya se cansó de mis palabras,
y mis labios, cansados de tanto versar,
piden disculpas al latir de tu timón
y al náufrago que se perdió
en medio de tanto amar.
Dicen que quien calla, otorga,
pero el que no dice nada es tan culpable de su misterio
como el que escucha sin saber sentir,
y ama sin saber odiar.
No hay peor mentira que el silencio,
pero tampoco amigo más fiel.
Nuestras horas murieron enfermas,
contagiadas por mil demonios,
de los que cientos quisieron jugar con los tuyos,
pero se acabaron extinguiendo,
como cenizas al tiempo.
Lento, pausado, nuestro agónico silencio
llegó sin despedirse,
como la tormenta que paró
y se fue a otro lado,
a querer sobre querido
a doler sobre quebrado.
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