Mi medio cerebro borracho deambula por calles estrechas llenas de moros, policías y cervezas enlatadas. El atardecer se escurre entre los callejones, escapando a mi paso. En su huida deja un rastro naranja que mancha paredes y ventanas de casas vacías y puertas mal pintadas. Un vagabundo grita que la soledad a veces se calla. Resulta fácil si la acompañas de un cartón de vino y no tienes recuerdos que te atormenten… La porra de un policía me despierta en el banco de la estación y me echa a golpes. Aún es noche cerrada y la luna me recibe abierta de par en par. A estas horas solo quedamos gatos en los tejados. El parpadeo de las luces de neón intenta venderme algo que ni siquiera necesito: neumáticos desgastados, mujeres pasadas de vueltas, botellas vacías y libros de segunda mano. Un rostro que me resulta familiar pasa fugaz en un automóvil en dirección contraria mientras yo entro en la licorería a desayunar.
Puedes seguirme en Facebook.
Un comentario Agrega el tuyo