Vuelvo a mi apartamento arrinconado en algún arrabal cochambroso de la ciudad. La cisterna del retrete tiene un escape de agua, la nevera no enfría y las persianas no bajan. Las botellas vacías se reparten por toda la moqueta, y al igual que hago con las puestas de sol y las mujeres bonitas, a veces las miro. Vivo entre traficantes, yonquis, putas, chulos, macarras, luchadores ilegales, apostadores irregulares, borrachos infieles, asesinos ocasionales, policías corruptos y demás delincuentes habituales de esta ciudad gris. No puedo obligarme a ser sociable si vivo rodeado de personajes demoníacos y mis fantasmas me persiguen como si yo mismo los hubiera matado. Solía pasear por estas calles cuando tenía 9 años. La ciudad ya no es lo que era ni yo lo que quisiera ser.
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