Día cualquiera de una semana cualquiera. Un tipo cocina algo con la televisión encendida. Noticias al fondo del pasillo: «atentado en Afganistán, 76 muertos y varios heridos. Una embarcación se hunde con 48 inmigrantes cerca de la costa griega, no hay supervivientes».
El tipo ajusticia una cebolla y se queda mirando el cuchillo. No corta. Lo cambia por otro. Más noticias: «nuevo asalto a la valla de Melilla, 94 subsaharianos apedrean a la policía. Llegan 145 nuevos refugiados a una isla del sur de Italia». El tipo deja de cortar. Vuelve al comedor. De camino, se le oye murmurar:
– A ver si dicen algo bueno, joder, todo son malas noticias.
Mira la pantalla fijamente. Coge el mando y cambia de canal. Un concurso. Sonríe. Mejor.
Pregúntate qué es lo normal. Tanto aquí como allá. ¿Es normal irte a un concierto y que te maten? ¿Es normal montarse en una barca y esperar a que te encuentren? ¿Lo es esto? ¿Lo es aquello? La muerte grita en cualquier esquina y solo nos parece escandalosa cuando lo hace en Europa. Sucede y todo son manos a la cabeza, nadie entiende nada y todo se vuelve tan injusto.
Al día siguiente, pancartas en una valla y manifestaciones en las plazas. Minutos de silencio y velas por el suelo. Desconcierto y hashtags. Poco más.
Malos tiempos para la fe, sea la que sea.