De pronto, Alonso Quijano detiene el galope. Desmonta a Rocinante y observa el molino con asombro. La visera levantada deja entrever su ceño fruncido. El hidalgo, torpe y de aspecto frágil aunque siempre alto y digno, mira a un lado, a otro, atónito, asustado como nunca ante el leve rumor de los pedazos de su mundo al derrumbarse. El hombre que simplemente había leído demasiado no puede más que quedarse inmóvil al saberse atrapado al otro lado del espejo, en esa irrealidad tan suya, tan fantástica, tan inexistente.
Una nube negra atraviesa la estepa, cubriendo el campo y oscureciendo su cara. Lleva años persiguiendo fantasmas. Todos son sabedores de su locura, de su temor a la nada, de su lucha sin sentido.
Todos menos él… hasta ahora, pues el hidalgo parece haber recuperado la lucidez perdida.
– Se lo dije – grita Sancho desde lejos. Don Quijote se gira, aturdido–. Se lo llevo diciendo mucho tiempo. No son más que…
– ¡Molinos! – deja caer el caballero en un suspiro ahogado-. Molinos…
Tuerce la boca, tiembla el labio inferior. Sus ojos, bien abiertos ante la revelación, miran con recelo y desconfianza su propia figura. Observa la punta de la lanza, toca el escudo, palpa la armadura, huele el metal… La cara desgastada y seca se torna pálida y fría al verse súbitamente sorprendido por el temor a lo que se sabe cierto:
– ¿Y Dulcinea? –susurra. Sancho no le oye, así que grita–. ¡¿Y Dulcinea?!
El escudero guarda silencio. Don Quijote le insta con la mirada.
– ¡Conteste, por Dios! – implora, asustado. Sancho confirma el cuento con la cabeza-. ¡Ah! –un quejido de dolor invade su pecho–. Ella, la única guerra en la que me hubiera dejado hacer preso…
La voz cae hasta convertirse en un susurro colérico. Quijano, ante el peso de la certeza, clava las rodillas en un golpe sordo que hace chocar las viejas piezas de su armadura. La lanza rueda lejos: parece huir. En la estepa toledana el sol cae inmisericorde. Una gota de sudor se escurre por su cara. Al tocar suelo, la gota se confunde con lo que parecen ser las lágrimas del que despierta bruscamente de un sueño imposible. Se saca el casco en un movimiento lento, triste, llevándose la mano a la frente empapada. El molino, ahí delante, sigue existiendo como siempre ha hecho, ajeno a la quimera del lunático. De espaldas a Sancho, Alonso Quijano no levanta la vista del suelo.
– El espectáculo ha acabado –se dice–. Las buenas historias pasaron hace tanto que ahora tan solo parecen el invento de alguna pluma. Quizás yo mismo sea también ficción, el borrador descartado de algún otro tarado que escribe por miedo al olvido, papel arrugado… una historia en un rincón.
Una mueca triste se deja entrever entre los labios del caballero. La barba blanca se arruga al paso de la sonrisa forzada. Contempla sus manos, dos zarpas fuertes y recias otrora capaces de degollar gigantes, amansar fieras y acariciar mujeres a partes iguales. Capaces de dar y quitar la vida. O eso creía él, pues ahora sólo ve unas manos vacías.
– Quien sufre de no poder dormir solo tiene una obsesión: dormirse. En cambio, yo he sufrido de no poder despertar y jamás me interesó dormir. Siempre fui un hombre aislado y nunca me tuve mucha fe –Alonso levanta la mirada y observa el molino. El sol refleja unos ojos claros y vidriosos–. Te entiendo, amigo, de verdad que te entiendo –le dice al molino-. Te sientes solo, sin más compañía que estos pastos.
Sancho Panza le mira con la condescendencia habitual, aunque ahora a la pena de siempre se le suma un extraño sentimiento de alivio.
– Lo peor de la nostalgia es no tener imaginación. Yo soy un hombre triste. ¿Qué me queda sino la melancolía por no creer en el futuro? ¿Qué me queda sino el destierro por no saber qué tiempo vivo? Si pudiera volver atrás, créeme, haría las cosas de otro modo. El que escribe está vivo, el que lee no tanto. Yo he muerto mucho en vida. ¡Soy un muerto viviente! –grita al molino–, una mentira muy real –se dice a sí mismo–. Pero, ¿por qué dudo de mi existencia? ¿A caso no son ciertos estos cabellos, esta cara, estas arrugas? –por un momento, parece perder los nervios- ¿No resuena esta armadura cuando la golpeo con fuerza? ¿No es auténtica esta arena que se escurre entre mis dedos? ¿Por qué dudo? –grita–. ¡¿Por qué?!
Un buitre cruza el aire, cortando el viento que ahora sopla suave y trae olores de otras tierras. Alonso levanta la vista.
– Parece ser que ya vuelvo a mis delirios, no sé hacer otra cosa más que esto. La soledad a veces se calla, y es entonces cuando miras alrededor y ves que los muertos tienen la misma edad en la tumba; que el único que envejece eres tú –tras un largo silencio, Alonso prosigue-. Molino, ¿ves ese tipo, allí, a lomos de un asno? Ha sido cómplice de mi sueño y mi locura. Aunque suene extraño, es en su memoria donde puedo verme reflejado; a través de sus ojos, quiero decir. Sin embargo, me mira como si mis fantasías le dieran lástima, como si él no tuviera las suyas. En cierto modo, su mundo también es irreal.
Ahora sonríe socarrón.
– Esta no es época de ideales, amigo. Los días de reyes y princesas quedaron atrás, los oráculos ya no aciertan ni una y los atrevidos bufones de palacio ya no hacen tanta gracia. Yo no existo, Dios no es un caballero y los monarcas ya no libran sus batallas. Muerto el mago, se acabó la magia.
Decidido, el hidalgo monta de nuevo el viejo corcel.
– Y a mí, ¿qué me queda si abandono el cuento?
Tras largo silencio, grita al fin:
– Amigo Sancho, ¿¡son eso gigantes lo que veo!?
Y así, dando espuelas a Rocinante, consciente y convencido de su cautiverio, el valiente hidalgo preso de la nostalgia arremete al galope de su locura fingida.
Enric Ochoa-Prieto
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Buah! Es una pasada!!
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Muchas gracias por esas palabras y por estar ahí! 🙂
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Reblogueó esto en adrianvguzman.
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Si tus sueños e ilusiones no te hacen sentir vivo, entoces estás muerto…… No hay peor muerte que la de vivir la vida sin vivirla.
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Ni pero vida que pensar constantemente en la muerte! Todo a su tiempo…
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«Y así, dando espuelas a Rocinante, consciente y convencido de su cautiverio, el valiente hidalgo preso de la nostalgia arremete al galope de su locura fingida.»
BRILLANTE FINAL.
Me interesan varias ideas:
– «Consciente de su cautiverio»: Es la expresión última de la libertad personal.
– «Preso de la nostalgia»: Apegados a lo que una vez fue y no sabemos dejar ir, no sabemos terminar.
– «Locura fingida»: ¿Acaso hay mejor modo de arremeter contra el suspiro final?
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Wow, muchas gracias por el comentario de texto, es genial! Locura fingida… ¿qué mejor loco puede haber que el opta serlo?
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