Ahora que los días se pintan de azul y todo brilla, que las calles de siempre parecen otras y la luz lo invade todo; ahora que la ciudad huele a sal, que los caminantes se saludan, que todos me sonríen; ahora que los perros parece que se pasean solos y los niños juegan a ser niños; ahora que he gastado los últimos quince minutos exactos de ida, que ya no habrá más hasta mañana; ahora que el león ya se ha hecho copia de las llaves de su jaula y yo, el trapecista loco, me he partido el cuello; ahora, que pienso y disfruto de mi cuota diaria de introspección y silencio, me acuerdo del fracaso.
Hablemos del fracaso. De la inmensa y colosal gloria del fracaso.
Hablemos de aquellos tipos que inventaron lo que hoy llamamos aviación a base de acumularse uno sobre otro en el fondo de precipicios de vértigo. Tipos que se estampaban contra el suelo sin más ayuda que una trozo de tela y cubiertos de mucha, mucha fe.
Sin ellos hoy no estaríamos aquí.
Sin el fracaso de unos pocos no existiría el éxito de todos.
Si de algo estoy seguro es que crecer es aprender a romper, y que adiós es una palabra que no siempre la pronuncias tú, sino que a veces lo hacen por ti. Lo importante es saber encararlo.
Vosotros, esos que habéis sido hoy durante tanto tiempo, ya sois ayer. Bienvenidos a mi mochila de recuerdos. Yo, el de entonces, ya no soy el de ahora. Os dejo unas cuantas anécdotas y una frase que siempre me acompaña:
«Que vivan los emocionantes balbuceos de todos los principios»
La encontraréis colgada en el tablón de la entrada. Lleva ahí desde el primer día.
Vivimos en una época en la que la equivocación constante puede llevarnos a encontrar no solo soluciones, sino alternativas. Diferentes respuestas a una sola pregunta. El problema es cuando nos perdemos en la estadística, en la clasificación, en el dato. Si quisiéramos, podríamos cuantificar el amor y dale una explicación científica, una razón lógica, pero fragmentar nos hace pequeños, engreídos. Terminamos creyéndonos reyes de una cáscara de nuez, especialistas del ninguneo.
Estamos tan ocupados intentando entender las respuestas que olvidamos que podemos crear otras preguntas. Nos preocupa tanto parecer que no nos acordamos de ser. Y cuando alguien se acerca a lo que se quiere parecer termina por alejarse de lo que realmente es. En algún momento hay que decidir, y decidir no es más que descartar todas las probabilidades salvo una; es barajar posibilidades hasta encontrar una única certeza.
Creo sinceramente que el fracaso llega cuando dejamos de crecer, de enseñar, de vivir. De aprender. Las puertas siempre están abiertas y estoy seguro de que para aquellos que al igual que yo seáis realmente inquietos, la incertidumbre os resultará agobiante. Si lo pensáis, hay algo de incomodidad en saberse completamente libre; en que todo esté ahí y tú lo estés mirando.
Así que, una vez agotados los hasta mañana, y de nuevo sin Plan B, toca volver al Plan A: yo.
Sirvan estas pocas líneas como epitafio.
A poder ser, colocadlo justo en el respaldo de la que fue mi silla.
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Te da como una esperanza…… en algun momento los fracasos cesaran…….. el tema es hasta cuando no…. paciencia hombre!!!
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