BARCELONA:
ME NIEGO A VOLVER A LA NORMALIDAD
Mientras unos lloran y velan y no entienden, otros, muchos, intentan volver a la normalidad.
MARTES 22 DE AGOSTO DE 2017
Mientras unos lloran y velan y no entienden, otros, muchos, intentan volver a la normalidad. Por desgracia, empujarnos a seguir es la forma que tienen los cobardes de obligarnos a olvidar, y no podemos olvidar. ¿Quién le explica a los muertos que hay que volver a la normalidad? ¿Y a sus familias? Ni siquiera me planteo esa opción.
No, no es que ahora duela más, es que ahora duele de verdad: nos han atacado aquí, en nuestras calles, en nuestras casas. Podríamos haber sido cualquiera. Las lápidas podrían tener nuestros nombres; las esquelas podrían ser las nuestras. Ahora somos los verdaderamente afectados, de quienes hablan todas las televisiones, los de la vela en el entierro y las flores en las calles.
Hay muchos lugares que ya han sentido este dolor antes; nosotros llegamos tarde. La catástrofe global ya ha masacrado otros rincones: han sido otros los que se han dejado caer sobre sus sillas con la mirada perdida; han sido otros los que han llorado otros muertos y han creado otros lemas, consignas para luchar juntos contra esta barbarie.
Aquí se dice que no tenemos miedo. Sin embargo, yo sí lo tengo, pero en mi miedo mando yo y lo siento cuando me da la gana. Porque el miedo no es un sentimiento como sí lo es la libertad. Cuando los asesinos fueron a por los otros, Barcelona se alzó en un solo gritó clamando libertad. Hoy somos nosotros los que caminamos desconfiados, los que nos asustamos a la mínima, los que leemos desesperados cualquier noticia nueva.
Ahora que la realidad ha atravesado la pantalla y los diarios escriben sobre nosotros; que hemos aprendido que la muerte entra por la puerta sin llamar; ahora que despedimos los ya están tardando y damos la bienvenida a los yo ya lo dije; ahora que las aceras huelen a humedad, a cirios y flores; ahora que nos vemos todos a la vez brutalmente golpeados; ahora que nos miran con la misma pena que antes miramos a otros; ahora, y solo ahora, nos llevamos las manos a la cabeza y gritamos egoístas ¿por qué a nosotros?
Mis últimos paseos por las Ramblas son como caminar por una fosa común. Veo velas que se funden y se acumulan; parejas que se abrazan y simulan protegerse; hijos que preguntan y padres que no saben si responder; veo manos temblorosas que cogen cigarros y no sé quién se fuma a quién. Por lo mucho que veo y lo poco que intuyo puedo asegurar que aquello es la viva estampa de un cementerio. Los altares improvisados recuerdan donde fueron cayendo las víctimas, uno y otro, aquí y allá, y así hasta 13. Todos lloran, por fuera o por dentro, unos muertos que no son los suyos pero casi. Y luego está el silencio. El terrible, obvio y esperado silencio.
Pero amigos, resulta que Barcelona es la guerrera con la que nadie contaba. Barcelona, mi Barcelona, la ciudad de los nostálgicos, de los que miran la mar y se preguntan por qué. Su imagen por sí sola no existe, solo la sé entender acompañada, llena de vida, de gente. De los que estamos siempre y de los que van y vienen. Y hoy, en esta calle ancha que mil veces he recorrido sin objetivo alguno y a todas las horas del día, veo rostros dolidos, rostros de incomprensión, rostros de pánico; pero veo rostros, al fin y al cabo, y muchos. Quizás me esté dejando llevar por lo duro del momento pero diría que nunca he visto tanta gente como hoy en este quilómetro y poco de tierra. No cabe un valiente más. Será verdad eso que se oye estos días.
Cuando la muerte estalla ésta nos salpica a todos. Lo incoherente de una muerte violenta empapa el recuerdo de la víctima por haber pasado de vivo a muerto sin apenas haberse enterado, como si de un punto se llegara a otro y, en medio, nada, quizás un tropiezo, un empujón, un vistazo rápido a los ojos de su asesino, a la espera de que la sentencia de quien siquiera elige a quién mata sea pasar de largo, que le toque a otro. Sin embargo, los desalmados traen la muerte en el bolsillo y juegan con ella como si de una pelota de goma se tratara, haciéndola rebotar de una posible víctima a otra. A unos les tocó y a otros no. Así de incierta es la desgracia. Personas que se levantaron como un día cualquiera, con sus pensamientos mundanos y sus ganas de siempre; personas que se vieron envueltas en el abrazo de la muerte, sin tiempo a plantearse siquiera por qué a mí y por qué ahora, si yo no he hecho nada. Personas del brazo de otras personas; personas que sonreían y al instante ya no; personas que ya por entonces y ya para siempre serán niños que tendrán eternamente la misma edad en la tumba. Personas que, en definitiva, a partir de ese instante todo se les borra.
Como diría aquél, no vencerán principalmente porque no tienen la razón. De hecho, la perdieron hace ya mucho. Jugamos con la ventaja de saber que nosotros somos los cuerdos y ellos los dementes. Si los pueblos discuten, si existen los debates, si la palabra opinión está en nuestros diccionarios es porque existe la democracia. Estos seres infames no discuten, no entienden de diversidad. Unos días atrás, ellos, los 15 cadáveres que dejaron atrás, quien lee y quien escribe, todos juntos, compartíamos una vida en común. Hoy ya no. Hoy somos menos que entonces porque los terroristas decidieron destruirlos uno a uno y por puro azar.
De momento, ellos pegan y nosotros sangramos. La ausencia de cólera y los gritos sordos de hoy son, seguramente, el preludio de una nueva forma de llorar a nuestros muertos. Tal vez sea la única forma de volver a la normalidad que algún día creímos vivir. Que pasen el tiempo y siga la vida y hacer ver como que no ha ocurrido, o como que le ocurrió a otros vivos que ya velaron sus otros muertos, tal y como hacíamos aquellos días en que era mucho más fácil mirar hacia otro lado porque las noticias no hablaban de nosotros.
Enric Ochoa-Prieto
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Muy muy muy sentidas tus palabras…… Solo lo vemos o nos preocupamos cuando nos toca…… Luego pasa y es como las noticias, efímeras….. El terrorismo debería ser una preocupación de cada habitante de este planeta y entre todos buscarle una verdadera solución. Es un tema complejo que daría horas y horas para debatir.
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